martes, 13 de febrero de 2018

COMIENZA LA CUARESMA....Convertíos y Creed en el Evangelio

La cuaresma nos invita a un repaso general de nuestra forma de vivir, a reorganizarnos en relación con Dios (oración), con los hermanos (limosna), con nosotros mismos (ayuno), a reavivar nuestra sensibilidad y nuestra libertad, dominando los propios caprichos o inclinaciones meramente instintivas. Y, naturalmente, sin que nada de ello quede viciado por motivos espurios. En lo más santo se puede infiltrar también el pecado, por ejemplo el de vanidad o de orgullo: actuando para que otros nos alaben o aplaudan. Sería un volver a las exterioridades, sin haber cambiado el corazón.

En torno a esas tres dimensiones de la vida, San Antonio M. Claret redactó en unos ejercicios espirituales este hermoso propósito: “Tendré para con Dios corazón de hijo, para con el prójimo corazón de madre, y para conmigo mismo corazón de juez”. Tal vez el tercer miembro de la frase responda a un cierto rigorismo del silgo XIX; debemos amarnos también a nosotros mismos, y comprendernos, como limitados pero como hermosas criaturas de Dios. Pero no desperdiciemos lo principal el mensaje de Claret: en todo hay que poner corazón.
Todo esto ya lo hemos oído muchas veces. Llega el comienzo de la cuaresma y ya conocemos de memoria los textos bíblicos y su mensaje; eso es lo temible: conocer de memoria. Nada daña tanto la vida del creyente como la rutina, que a veces se traduce en indiferencia o insensibilidad, por “sabérselas todas”, “ser perro viejo”, “estar ya de vuelta”… Pero también los textos litúrgicos nos ponen en guardia frente a este peligro: “es el tiempo favorable, el día de la salvación, que no vaya a caer en saco roto…”. San Pablo dice que son nada menos que Cristo y el Padre (aunque sea por medio del apóstol mismo) quienes nos dan este toque de atención. Que el Señor nos libre de tener, como lamentaba un profeta, orejas incircuncisas

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