Las
lecturas de la Escritura de este domingo (Isaías 61, 1-2a. 10-11; primera de
Pablo a los Tesalonicenses 5, 16-24; Juan 1,6-8. 19-28) son muy densas, muy
ricas, quizás demasiado para hacer un comentario y una aplicación que no nos
lleve demasiado lejos y nos resulte difícil. Y es que el gran mensaje de este
tercer domingo de adviento es simple, directo, sugerente y muy inteligible:
alegría, estad alegres.
La inminencia de la fiesta, del gran acontecimiento que
marca el antes y el después de la historia humana está a punto de cumplirse. El
trabajo de retirar las piedras del pecado de nuestro camino de encuentro con el
Señor se convierte en preparación del vestido de fiesta, en preparación del
banquete de fraternidad, de familia, de ansioso deseo de acoger al Niño, a ese
bebé que se acerca de nuevo a nosotros para darnos la alegría verdadera, la
salvación definitiva, la libertad total.
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